jueves, 15 de septiembre de 2011

El placer y sus peros (Rafael Reig - ABC cultural, nº 1.009)

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Hay placeres en los que nos reconocemos, a menudo con un escalofrío: el placer de prevalecer, por ejemplo. En otros, en cambio, reconocemos lo que querríamos llegar a ser. Estos son placeres que cuestan esfuerzo, esa es la verdad, pero son los únicos que valen la pena. Al hablar de la lectura, no siempre lo he mencionado: aquí va mi retractación.
Disfrutar leyendo a Dante lleva mucho trabajo. Pero el placer es intenso, nos acerca a otra posibilidad de nosotros mismos. A Gide le preguntaron una vez quién le habría gustado ser y respondió: yo mismo, pero logrado.
Los que hemos sido trasnochadores bien sabemos cuánto trabajo cuesta divertirse. Con la lectura pasa lo mismo. Es un placer, no cabe duda, pero difícil, que exige tanta dedicación y entrega como salir todas las noches y cerrar los bares. ¡Con lo a gusto que se está en casa! ¡Con lo a gusto que se está leyendo a Marcial Lafuente Estefanía o a Ken Follet! ¿qué gana uno con dilapidar el hígado en las barras y las pestañas a la luz de una bombilla?.
Placer, así de sencillo. No el placer que avergüenza ni ese placer obediente que nos inculcan, sino el placer de reconocerse como uno mismo, pero pasado a límpio, tras una vida entera en borrador: por fin logrado.
Por eso exige tanto esfuerzo.
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El blog de Rafael Reig

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