"Todos pinchan, ya nadie baila": me lo dijo hace poco un amigo dj, y creo que sin darse cuenta describía a los artistas del futuro. No sabemos si cortaypegarán blogs, si samplearán sonidos, si remezclarán vídeos, si colgarán de la nube virtual las imágenes de las cámaras moleculares implantadas en sus retinas, si convertirán en obra de arte su perfil en algún ultra-híper-Facebook futuro.
Da un poco igual. En todo caso seguramente será cuestión de tiempo que todos queramos hacerlo. Y todos lo haremos, porque en el mundo virtual no hay deseos insatisfechos. Artistas seremos todos. Y, por eso mismo, quizá nadie lo sea: en cualquier caso, dejará de importar la diferencia. El artista no lo será por 15 minutos: será siempre artista, pero solo en su imaginación. Ni Novalis, ni Beuys, esos románticos que proclamaban que "todos somos artistas", habrían podido imaginar un cumplimiento tan implacable de sus profecías.
Y si no habrá forma de distinguir al artista visual, quizá también la obra acabe siendo invisible, impronunciable, indetectable: todo (y nada) será obra de arte. Seguiría al fin y al cabo hasta las últimas consecuencias la lógica de un proceso que empezó en el siglo XX.
De chamán a alumno-modelo
La obra se abrió, se desmaterializó, se convirtió en idea, en propuesta, en proceso. El artista empezó como chamán, siguió como mago y sacerdote, luego fue profeta, ermitaño, superhéroe, charlatán de feria, empresario, alumno-modelo. Con los dandys del arte (Duchamp o Dalí o Klein o Warhol) la obra era el artista. Con los artistas-franquicia (Murakami o Koons o Hirst) el logo es ya la obra (y el artista).
Quizá en el futuro la única tarea que le quede al artista será inventarse un verbo nuevo para describir lo que hace. Porque hasta no hace muchos años atrás la cosa era sencilla: el pintor pintaba, el escultor esculpía, el músico componía, el arquitecto trazaba, el cineasta rodaba. Pero hace ya tiempo que echamos en falta esa palabra nueva, y el asunto, creo yo, se volverá más y más urgente hasta resultar indispensable.
¿Qué hace un artista que enciende y apaga una luz, que guisa una cena para cien personas, que firma un urinario o dispara a un avión en vuelo, que acuna una liebre muerta o encarga un tiburón en formol? "Hace Arte": por ahora tenemos que conformarnos con ese verbo tautológico y decpecionante.
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