EL MAGAZINE (15/04/2012)
La cultura de masas es buena, cree mucha gente, porque implica una democratización del saber, que todos puedan acceder a él. Pero usted dice que no.
Fue una idea ingenua creer que la cultura podía llegar a todos de la misma manera, eso simplemente no corre, la cultura tiene grados, niveles, no puedes pedir a todos que tengan la misma dedicación y vocación. Se parte de un buen sentimiento, pero la única manera de que la cultura llegue a todos es empobreciéndola. Se impuso la idea de que la noción de élite es antidemocrática, pero no han desaparecido las élites, sino la cultura. Desaparecieron unos patrones, unos valores que permitían establecer un orden de prelación entre las obras. Al desplomarse eso, se creó una confusión en la que llegaron las picardías, y las obras de arte reconocidas eran estafas. Somos la primera civilización que ha eliminado la distinción entre precio y valor. Una obra de arte vale lo que vale su cotización en el mercado, y eso es aberrante. En el campo de la pintura, la victoria de los farsantes es total, las artes plásticas son juego y farsa y nada más, con la complicidad de críticos papanatas que confieren estatuto de artista a los que, como mucho, son ilusionistas. Hoy tenemos artistas que defecan en público, músicos que se plantan ante el piano y no tocan ni una tecla… En la literatura, todavía hay algunos patrones que permiten distinguir lo que posee un valor auténtico. Nadie cree que el mejor escritor es el que gana más dinero.
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