La bombilla del flexo ilumina un rincón del estudio, concretamente el que ocupa la mesa de trabajo, junto a un gran ventanal orientado al mar. A mi derecha la estantería donde guardo con mimo lo mejor de mi biblioteca, mis libros preferidos. Son cómics, libros ilustrados, de arte, fotografía ...De todos ellos hay unos pocos por los que siento una devoción absoluta. Son los que me han ido regalando Yolanda y Vicent durante estos 20 años. Especial es también el ejemplar de "Espiasueños" en el que Max estampó su firma y al que añadió un valor extraordinario al dibujar en una de sus páginas en blanco. Miro sus lomos, me detengo en alguno de los nombres: Javier Olivares, Lorenzo Mattotti, el propio Max, Fernando Vicente, Ana Juan, Ceesepe, Rébecca Dautremer, Benjamin Lacombe, Amat Bellés, Traver Calzada, Raul ...Cuánto talento concentrado en tan poco espacio pienso. Levanto la mirada, ahí está mi padre que me observa desde el pequeño tablón de anuncios y, por un momento, parece que vaya a dirigirme la palabra. No me canso de leer el recordatorio de la fotografía: "S'ha apagat la teua vida, però no la teua llum". ¡Todo es tan extraño!. No siento su ausencia como algo definitivo, no sé si realmente le echo de menos porque su presencia se manifiesta de una manera especial que no sabría precisar ni definir aunque él no esté aquí. "Ahir, ara i sempre t'estimem pare". El reloj del campanario de la Natividad acaba de dar las doce de la noche. Buena hora para irse a descansar o transformarse en licántropo.